sábado, 11 de abril de 2009

Regalos

Él entra sin llamar y se sienta en el suelo. Espera pacientemente a que abra los ojos.
- Vienes demasiado pronto, ¿qué ocurre?
Baja la mirada, avergonzado.
- Quiero hacerle un regalo, pero no sé qué le podría gustar.
Pongo los ojos en blanco, y niego con desaprobación.
- A veces el mejor regalo no es algo físico, algo material. Las rosas se secan, la plata se ensucia, los vestidos se rompen...
Me mira expectante, con los ojos muy abiertos.
- Si no puedo regalarle algo perecedero, ¿qué regalarle?
- Regálale lo único que no puede morir entre ambos.
Me levanto y voy hasta la mesa. Cojo la pluma y garabateo unas letras.
Vuelvo a sentarme en frente de él y le entrego el papel doblado.
- Dentro encontrarás el regalo perfecto para ella.
Murmura un agradecimiento y sale por la puerta, sin hacer ruido.

- ¿Quién era ese?
Se me había olvidado que ella seguía aquí, tumbada en la cama.
- El Príncipe Azul.
- ¿Y qué ponía en la hoja?

Un sentimiento.

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